martes, 5 de junio de 2012

Historia triste de una mujer alegre


Teresa vivía en el edificio de en frente, era morena, 1,70, labios pulposos, andar veraniego, pocas nalgas, interminables piernas  y una voz de la que hacía gala casi noche  en su cuarto, una voz para ir a dormir tranquilo, en paz con el mundo, relajado, vamos, un talento perdido en un politécnico. 
Era la perdición de todos en el barrio, era verla bajar las escaleras y automáticamente se detenían los juegos de fútbol y las discusiones intrascendentes del grupito que se hace en cada esquina de cada barrio, y la muy condená lo sabía, como sabía que era un buen negocio torturar sus carnes  con las tallas de sus shorts cada vez más minúsculos, la niña era un talento en eso de robar miradas, se sentía diosa y tenía razón, lo era y todos éramos simples fieles de su credo divino, de su tormentosa juventud, de sus placeres solo al alcance de la poderosa imaginación de los adolescentes.

Pronto sus encantos trascendieron las fronteras de aquel barrio, muy pronto esa muchacha comprendió q estaba destinada a volar, errático y aparentemente desordenado como suelen hacerlo las mariposas. No era la primera de su clase, pero sabía manejar su belleza con inteligencia, porque de esa si no le faltaba, la inteligencia del que debe manipular para sobrevivir, la inteligencia del que sabe dar solo un poco, y esperar paciente por unos resultados ya seguros, la inteligencia de la que conoce la fuerza de una sonrisa fingida pero convincente , en eso de mover los hilos de lo pecaminosamente necesario,  Teresita era la mejor.  Quizás incluso antes de estar lista dijo que si a los rapaces mercenarios de sus casi 14, como se dice, no se puede poner límites a la providencia, y estaba destinada a eso desde siempre.
Para verla era necesario estar despierto en las horas pálidas de la noche,  que era cuando su mundo cobraba vida, cada día un nuevo traje, un nuevo coche, un nuevo rostro que pagaba sus excesos. Las pocas veces que cruzamos palabras fue muy simpática, quizás solo estaba deslumbrado como todos los demás, pero así me pareció, muy locuaz, de cualquier tema hablaba como una experta  aunque no tuviera la mas mínima, de sonrisa fácil y ojos que radiografiaban, siempre le decía que ella brillaba tanto, que cuando la tenía cerca era posible que saliera bronceado,  sin dudas era un gusto ser arrasado por esa tormentosa criatura.

Un día desapareció, nadie supo más de ella, las vecinas veladoras de la difusión de la información, siempre dispuestas a actualizar versiones de los hechos, la montaron en una lancha con destino conocido, la bajaron de esta y la colocaron en una prisión capitalina por uso y abuso de su cuerpo, acaso eso es un delito?  Y así se contaron historias hasta un día en que otros asuntos fueron  merecedores de titulares informativos y la simpática morenita sucumbió bajo el peso del silencio.

Tiempo después fui a visitar un amigo en una casona colonial en donde vivía desde algún tiempo, la primera impresión del lugar fue muy agradable, edificaciones bajas de principios de siglo,  de no más de dos pisos, de tejas y piso rojo, los jardines bien cuidados, muchos árboles frutales y mucha gente que parecían estar muy ocupados. Conversamos de muchas cosas durante mucho rato, me hizo muchas preguntas, parecía como si tuviera algún apuro por saberlo todo, por no perderse nada de lo que sucedía,  caminamos mucho y me mostró su casa, y me presentó sus nuevos amigos. En un instante fugaz mi cabeza se llenó de recuerdos, a mis espaldas una voz antaño conocida le daba vida a un grupo que ensayaba en uno de aquellos amplios corredores de la casa, me acerque  rápidamente y de pronto tuve miedo de llegar,  me invadió ese frío que acompaña lo inevitable, quise estar equivocado, pero una sonrisa triste respondió a mis preguntas desde el otro lado del pasillo. Allí estaba Teresa, ya no era la niña luminosa,  ya sus ojos que una vez esclavizaron habían perdido toda posible ostentación,  ya su ropa no era tan coqueta,  ya habían terminado todos sus caminos y con ellos todas sus mentiras. Para ella las cosas ya no tenían la tranquila prolijidad que muestran cuando están en el lugar correspondiente, como dicen los versos… aquella ya no era nuestra Teresa. Mi amigo me contó que murió pocos años después, el sanatorio  no era sitio para enjaular su belleza.

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