miércoles, 3 de septiembre de 2014

En liquidación.



Mentiría si me definiera como un cansado de andar por la vida buscando amores, sin mucho éxito, sin historias que contar, sin amores entregados a destajo o recibidos como frescos manantiales, cansado de intentarlo nunca he estado, dispuesto a seguir adelante siempre ha sido el mejor y más útil de los consejos que me he dado a mí mismo, he fracasado estrepitosamente, y he reído en soledad recordando mis andanzas, he amortizado días de angustias, de lúgubres ideas, de intoxicaciones de soledad, con torrentes de emociones contenidas y vertidas, con cumplidos, con justificaciones a los injustificable solo por placer, he sido advertido y aún así, sigo confiando plenamente en los instintos, no he perdido la capacidad de sorprenderme, aunque haya visto muchas cosas, he escalado laderas sin arneses solo para demostrar destrezas, he confundido, he retado, he seducido monjas incorruptas, solo para demostrar destrezas, he pronunciado las palabras más humildes, las del perdón, me he reconocido irreconocible en actitudes  fuera de lógica imaginable, he asumido que cumplo años, que hay que avanzar, que la vida no es jugar a creer que no hay consecuencias, he aprendido que las palabras hirientes son las que más demoran en ser olvidadas, he aprendido que es mil veces mejor dormir molesto, que dormir triste. Aun así, me levanto cada mañana con una sonrisa, me levanto expectante, sabiéndome dichoso de estar vivo, de tener la posibilidad de vivir historias nuevas, de sentir cosas diferentes, o de sentir sencillamente, me han contado historias sorprendentes, he vivido historias sorprendentes, he conocido gente sorprendente, he aprendido a no juzgar por las historias sorprendentes que he escuchado, incluso he tenido tiempo y suerte de haber oído casi todo lo que dicen sobre ti.
Pero lo que nadie me contó es que ibas a aparecer el primer día intentando esconder de mí tus piernas que presuponía escalables, que daba vértigos recorrerlas con los ojos, que te hacían tan alta que parecías gigante, que la muy famosa carretera Panamericana era apenas un callejón frente a la sensualidad de tus entresijos, que robabas el aliento y estando contigo era obligatorio el cinturón de seguridad, que robarte una sonrisa era peligroso, que mirarte a los ojos podría ser fuente de perdición, que escucharte era tan puro como el aire de esos montes en que nací, que eres de belleza reversible, que sentí que dios me guiñaba un ojo y me retaba a no confiar en su buen gusto o a olvidarme de tus manos, esas manos temerosas que fotografíe una noche, la noche que marcaría los compases. Me gustó saber que aún soy capaz de erotizarme con un leve instante en que se forma una sonrisa, quiero además que sepas que mi respiración me delataba, que tenía que cruzar las piernas, que no escuchaba nada de los parlamentos, aunque lo repitiera de memoria, que tenía ganas de poner luz roja al tiempo para que nadie me viera tomarte entre mis brazos y besarte tanto, con tanta pasión, que tus labios se borraran de tu rostro. Cantó Pablo que si ella no inundara esta ciudad, todo cambiaría de color, gozaría de otra claridad, cuando mira y piensa con dolor, si no inundara esta ciudad. Pablo entiende de lo que hablo. Mientras escribo pienso en tus suspiros y llegan con tu olor, con la delicadeza de tus rasgos, con esa pasión multicultural que has de contener muy a pesar mío por miedo a espantarme, no soportaría que no supieras que hubiera bailado bajo las estrellas contigo toda la noche, haciendo el ridículo, siendo evaluado, dándole placeres visuales a tus vecinos, que hubiera hundido mi nariz en tu pelo, que  hubiera memorizado tus lunares todos, que hubiera incendiado tus madrugadas indecentes, de haber faltado alguna vez.