Teresa
vivía en el edificio de en frente, era morena, 1,70, labios pulposos, andar
veraniego, pocas nalgas, interminables piernas
y una voz de la que hacía gala casi noche en su cuarto, una voz para ir a dormir
tranquilo, en paz con el mundo, relajado, vamos, un talento perdido en un
politécnico.
Era
la perdición de todos en el barrio, era verla bajar las escaleras y
automáticamente se detenían los juegos de fútbol y las discusiones
intrascendentes del grupito que se hace en cada esquina de cada barrio, y la
muy condená lo sabía, como sabía que era un buen negocio torturar sus
carnes con las tallas de sus shorts cada
vez más minúsculos, la niña era un talento en eso de robar miradas, se sentía
diosa y tenía razón, lo era y todos éramos simples fieles de su credo divino,
de su tormentosa juventud, de sus placeres solo al alcance de la poderosa imaginación
de los adolescentes.
Pronto
sus encantos trascendieron las fronteras de aquel barrio, muy pronto esa
muchacha comprendió q estaba destinada a volar, errático y aparentemente desordenado
como suelen hacerlo las mariposas. No era la primera de su clase, pero sabía
manejar su belleza con inteligencia, porque de esa si no le faltaba, la
inteligencia del que debe manipular para sobrevivir, la inteligencia del que
sabe dar solo un poco, y esperar paciente por unos resultados ya seguros, la
inteligencia de la que conoce la fuerza de una sonrisa fingida pero convincente
, en eso de mover los hilos de lo pecaminosamente necesario, Teresita era la mejor. Quizás incluso antes de estar lista dijo que
si a los rapaces mercenarios de sus casi 14, como se dice, no se puede poner
límites a la providencia, y estaba destinada a eso desde siempre.
Para
verla era necesario estar despierto en las horas pálidas de la noche, que era cuando su mundo cobraba vida, cada
día un nuevo traje, un nuevo coche, un nuevo rostro que pagaba sus excesos. Las
pocas veces que cruzamos palabras fue muy simpática, quizás solo estaba
deslumbrado como todos los demás, pero así me pareció, muy locuaz, de cualquier
tema hablaba como una experta aunque no
tuviera la mas mínima, de sonrisa fácil y ojos que radiografiaban, siempre le decía
que ella brillaba tanto, que cuando la tenía cerca era posible que saliera
bronceado, sin dudas era un gusto ser
arrasado por esa tormentosa criatura.
Un día
desapareció, nadie supo más de ella, las vecinas veladoras de la difusión de la
información, siempre dispuestas a actualizar versiones de los hechos, la
montaron en una lancha con destino conocido, la bajaron de esta y la colocaron
en una prisión capitalina por uso y abuso de su cuerpo, acaso eso es un delito?
Y así se contaron historias hasta un día
en que otros asuntos fueron merecedores
de titulares informativos y la simpática morenita sucumbió bajo el peso del
silencio.
Tiempo
después fui a visitar un amigo en una casona colonial en donde vivía desde algún
tiempo, la primera impresión del lugar fue muy agradable, edificaciones bajas
de principios de siglo, de no más de dos
pisos, de tejas y piso rojo, los jardines bien cuidados, muchos árboles
frutales y mucha gente que parecían estar muy ocupados. Conversamos de muchas
cosas durante mucho rato, me hizo muchas preguntas, parecía como si tuviera algún
apuro por saberlo todo, por no perderse nada de lo que sucedía, caminamos mucho y me mostró su casa, y me presentó
sus nuevos amigos. En un instante fugaz mi cabeza se llenó de recuerdos, a mis
espaldas una voz antaño conocida le daba vida a un grupo que ensayaba en uno de
aquellos amplios corredores de la casa, me acerque rápidamente y de pronto tuve miedo de
llegar, me invadió ese frío que acompaña
lo inevitable, quise estar equivocado, pero una sonrisa triste respondió a mis
preguntas desde el otro lado del pasillo. Allí estaba Teresa, ya no era la niña
luminosa, ya sus ojos que una vez
esclavizaron habían perdido toda posible ostentación, ya su ropa no era tan coqueta, ya habían terminado todos sus caminos y con
ellos todas sus mentiras. Para ella las cosas ya no tenían la tranquila
prolijidad que muestran cuando están en el lugar correspondiente, como dicen
los versos… aquella ya no era nuestra Teresa. Mi amigo me contó que murió pocos
años después, el sanatorio no era sitio
para enjaular su belleza.
madre mia...me ha encantado, me ha recordado cierto punto...
ResponderEliminargracias pues..
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