Escucho caer el agua tras la puerta y no paro de pensarte un
instante, tu cuerpo ondeando bajo los tersos hilos de agua que te inundan, que
te desbordan, que te han conocido siempre, que te han visto gobernada por tus
pasiones y que te apagan cuando ardes. Me aguanto, me alejo, me refugio bajo las
sábanas buscando la confianza del que ha nacido para convivir en ellas, nos
hemos amados miles de veces, pero no hay un día en que te espere y no sea un manojo de nervios, siempre sucede
igual, funciona como si jamás nos
hubiéramos tocado, como si apenas comenzáramos a colonizar nuestros
cuerpos.
Por fin cesa el
sonido del agua, sé que en cualquier momento aparecerás frente a mí con una mirada que implora y a la vez ordena,
que ataca y brinda, que empuja y ata, siempre me pasa igual, haces que mi
cuerpo sude y que muera de frío al mismo tiempo, que mire mis manos y moje mis labios, que
desnude mi cuerpo y asuma posturas ridículas. Aunque en realidad nunca estoy
listo cuando apareces, cuando caminas hacia mí y apoyas primero una rodilla y
luego tus brazos en nuestra cama, nunca estoy listo, pero ya eso no importa.
No
existe fragancia más fresca que tu olor a mujer, no hay contacto más electrizante
que tu piel aún húmeda y fría sobre mi cuerpo en brazas. En este punto
claudican las doctrinas, no suenan las arengas y se olvidan las canciones, aquí
subyace toda lógica y ninguna regla es válida, aquí detiene el tiempo su paso
inalterable, aquí no hay estaciones concurridas ni días soleados, aquí no hay
mar, no hay roca ni idea equivocada.
Así yacemos, así mi
aire es tu aire, así tus manos surcan en mi espalda, así tus ganas revientan mis
ganas, me elevo y bajamos juntos la pendiente y en sinuosa sincronía te
inclinas, apenas me rozas, me hueles, te empujo, me amarras, te beso, tú
escapas, deliras, atacas… Ya no se definen líneas, apenas un concurso de manos
que se abrazan, y hay bocas y hay caras, y hay labios que ya no dicen nada, ya
no sé donde yo empiezo, ya no sé donde tú acabas.