Al
menos en mi caso personal escuchar las palabras que dan título a estas líneas
me hacen recordar una muy simpática producción del cine cubano de los primeros
años de este siglo, dirigida por Juan Carlos Tabío, época esta de grandes realizaciones
cinematográficas en la isla. Allí, en una terminal cualquiera, personajes
variados y cotidianos de esa Cuba, muy parecida a la Cuba de hoy, convivieron
apelando al principio básico de la solidaridad humana durante unos días en que
fue estrictamente necesario el aporte de todos para buscar soluciones que
hicieran llevadera aquella situación a la que el destino les había destinado.
Al menos hasta ayer esa era la primera idea que me venía a la mente cuando
escuchaba estas palabras, hoy el orden ha cambiado, hoy conozco quizás no como
un autóctono o un cotidiano visitante pudiera hacerlo, los ¨mecanismos¨ de
integración comercial y facilitación social para viajantes necesitados, que es
como lo llamo desde ayer, que mueven los hilos de la famosa terminal de la
Coubre de la Habana.
Más
paciencia que un monje budista, suficiente dinero en ambas monedas en
circulación y una gruesa venda en los ojos para protegernos de las incontables
agresiones a la idea de hacer de nuestro país un lugar donde la corrupción a
todos los niveles no tenga cabida, donde el trabajo honrado sea premisa y las
instituciones mejoren la calidad de su servicio en beneficio social, son
condiciones necesarias para aventurarse a entrar por aquellas angostas puertas
que dan acceso al exótico mundo de personajes que la habitan.
Aquí
me detengo a pensar en cómo debo continuar con esta historia, si hago de ella un ejercicio de
crítica social acorde con los tiempos que vivimos y las tareas a las que se nos
convoca de enfrentamiento al flagelo de la corrupción y a la vez soy infiel al
principio con que fundé este blog, o si sencillamente monto sobre este relato
una historia de amor como muchas de las que fui testigo en aquel lugar y
mantengo al menos en mi conciencia un
poco de tranquilidad y respeto a las premisas de mis trabajos anteriores. Al
final ustedes los lectores decidirán con que historia deciden quedarse, así que
haré un poco de ambas cosas.
Con
la magia de inventarnos situaciones que nos permite esa poderosísima arma que
es la imaginación, pulsemos el botón de ¨Rew¨ y hagamos entrar por aquellas
mismas puertas una pareja de jóvenes con conflictos, con inseguridades,
motivaciones y necesidades de autodescubrimiento. Jóvenes iguales a la gran
mayoría, jóvenes enamorados de una idea, de su idea de lo que es el amor. Hagamos
para ellos aparecer un par de asientos mágicos y observémosles desarrollar dos
trabajos dignos de la lista de doce de Hércules, arreglar un amor casi
insalvable y conseguir salir pronto
hacia su destino en un ómnibus nacional.
Curiosamente
en el largometraje al que hacía alusión, el personaje interpretado por un joven
aún Jorge Perrugorria, ¨el ciego¨, pieza
clave en esta historia, padece cierta enfermedad ocular que ¨le priva de ver
las cosas que ocurren a su alrededor¨ y le confiere ciertos beneficios por
parte de los demás miembros del elenco por su condición de invidente. A
diferencia de él, yo si veo y cuantos ciegos vi ese día!! Esta vez vestidos de
inspectores de tránsito, vendedores en taquilla, jefes de turno y dios sabrá de cuantas otras maneras
diferentes, allí estaban, interpretando sus papeles dignos de los ya cercanos
premios de la Academia. Allí estaban poniendo al servicio de los ¨facilitadores
de transportación¨ como dictaba el carnet que ya incluso se atreven a portar,
las debilidades del sistema implementado por la empresa de Ómnibus Nacionales, para
lograr hacer escalar posiciones en la lista de espera a aquellos que están tan
necesitados de salir de allí como para doblegarse ante los escandalosos precios
de estos ¨servicios prestados¨. Ni los encantadores senos que bien merecieron
la galleta propinada por Thaimí Alvariño al pillo de Jorge, pudieran ser
suficientes actualmente si fuera ese y no al poderoso caballero Don Dinero, del
único recurso con que contara cualquiera de las muchas Thaimí que habían allí
ese día.
Mientras
todo esto ocurría con una sincronización casi perfecta y de manera activa
involucrando a los jóvenes que dejamos en el banco, estos lograron encontrar la
manera de volver a dirigirse la palabra algún tiempo antes negada por
circunstancias de la vida, allí el tiempo, la larga espera y una verdad
imposible de ocultar entre ellos, conspiraron para que las miradas se hicieran
tiernas, las horas pasaran deprisa, como ocurre cuando se está más a gusto, se
alinearan las situaciones para poder
hacer recapitulaciones y enmendar viejos rencores, se hicieran sacrificios y promesas que solo
el tiempo dirá cuales serán cumplidas, allí pudieron compartir un trozo del
chicle que compraran a una amable señora, allí se fundieron en abrazos cuando
las condiciones del tiempo decidieron deteriorarse para darle justificaciones a
las necesidades de acercar sus cuerpos hasta hacerlos casi uno, y hasta dio
tiempo para que el chico enseñara a silbar a la chica. Así de mágica puede ser también una espera
destinada a ser monótona y aburrida, todo depende de quién nos toque en el
asiento del lado.
Finalmente el momento llegó, el reloj marcaba
la hora de partida del ómnibus anunciada por ¨el facilitador¨ que les fue
asignado por el sindicato de facilitadores, y tristemente no por la
archiconocida voz de la oficina de información
a los pasajeros. Valga destacar su eficiencia y organización de los espacios de
trabajo de cada cual. Boleto en mano y pago de la cantidad acordada fueron los
últimos flecos de su sociedad económica, acompañados de la frase ¨No duden en
buscarme la próxima vez chamas…¨, así cada cual tomó su rumbo, ellos a
continuar en ¨su lucha¨ y los jóvenes a continuar escribiendo su propia vida.
Me
hubiera encantado continuar el hilo de ambas historias, tanto tiempo allí los
había convertido ya en rostros familiares para mí, que desde mi banco los
observaba y le daba forma a las primeras
ideas de este trabajo , pero mi ómnibus también llegó, y les dije adiós a
todos, aunque no me escucharon.