Mentiría
si me definiera como un cansado de andar por la vida buscando amores, sin mucho
éxito, sin historias que contar, sin amores entregados a destajo o recibidos
como frescos manantiales, cansado de intentarlo nunca he estado, dispuesto a
seguir adelante siempre ha sido el mejor y más útil de los consejos que me he
dado a mí mismo, he fracasado estrepitosamente, y he reído en soledad
recordando mis andanzas, he amortizado días de angustias, de lúgubres ideas, de
intoxicaciones de soledad, con torrentes de emociones contenidas y vertidas,
con cumplidos, con justificaciones a los injustificable solo por placer, he
sido advertido y aún así, sigo confiando plenamente en los instintos, no he
perdido la capacidad de sorprenderme, aunque haya visto muchas cosas, he
escalado laderas sin arneses solo para demostrar destrezas, he confundido, he
retado, he seducido monjas incorruptas, solo para demostrar destrezas, he pronunciado
las palabras más humildes, las del perdón, me he reconocido irreconocible en
actitudes fuera de lógica imaginable, he
asumido que cumplo años, que hay que avanzar, que la vida no es jugar a creer
que no hay consecuencias, he aprendido que las palabras hirientes son las que
más demoran en ser olvidadas, he aprendido que es mil veces mejor dormir
molesto, que dormir triste. Aun así, me levanto cada mañana con una sonrisa, me
levanto expectante, sabiéndome dichoso de estar vivo, de tener la posibilidad
de vivir historias nuevas, de sentir cosas diferentes, o de sentir
sencillamente, me han contado historias sorprendentes, he vivido historias
sorprendentes, he conocido gente sorprendente, he aprendido a no juzgar por las
historias sorprendentes que he escuchado, incluso he tenido tiempo y suerte de
haber oído casi todo lo que dicen sobre ti.
Pero
lo que nadie me contó es que ibas a aparecer el primer día intentando esconder
de mí tus piernas que presuponía escalables, que daba vértigos recorrerlas con
los ojos, que te hacían tan alta que parecías gigante, que la muy famosa
carretera Panamericana era apenas un callejón frente a la sensualidad de tus entresijos,
que robabas el aliento y estando contigo era obligatorio el cinturón de
seguridad, que robarte una sonrisa era peligroso, que mirarte a los ojos podría
ser fuente de perdición, que escucharte era tan puro como el aire de esos montes
en que nací, que eres de belleza reversible, que sentí que dios me guiñaba un
ojo y me retaba a no confiar en su buen gusto o a olvidarme de tus manos, esas
manos temerosas que fotografíe una noche, la noche que marcaría los compases. Me
gustó saber que aún soy capaz de erotizarme con un leve instante en que se
forma una sonrisa, quiero además que sepas que mi respiración me delataba, que
tenía que cruzar las piernas, que no escuchaba nada de los parlamentos, aunque
lo repitiera de memoria, que tenía ganas de poner luz roja al tiempo para que
nadie me viera tomarte entre mis brazos y besarte tanto, con tanta pasión, que
tus labios se borraran de tu rostro. Cantó Pablo que si ella no inundara esta
ciudad, todo cambiaría de color, gozaría de otra claridad, cuando mira y piensa
con dolor, si no inundara esta ciudad. Pablo entiende de lo que hablo. Mientras
escribo pienso en tus suspiros y llegan con tu olor, con la delicadeza de tus
rasgos, con esa pasión multicultural que has de contener muy a pesar mío por
miedo a espantarme, no soportaría que no supieras que hubiera bailado bajo las
estrellas contigo toda la noche, haciendo el ridículo, siendo evaluado, dándole
placeres visuales a tus vecinos, que hubiera hundido mi nariz en tu pelo,
que hubiera memorizado tus lunares
todos, que hubiera incendiado tus madrugadas indecentes, de haber faltado
alguna vez.