Sopla un aire fuerte,
no sé si viene de Latinoamérica o de algún frío paraje del norte, viene
húmedo y hace que me estremezca, aún es
de día, todo en este parque está tal cual mis ojos lo recuerdan, quizás un poco
más crecidos los árboles , quizás más tristes los perros, quizás menos
discretas las parejas. Estoy sentado en el mismo banco de siempre, el segundo a
la derecha, debajo de las enredaderas, en el que falta una tablilla y donde
nadie te dice nada si subes los pies, me siento en casa.
Este banco ha sido
testigo mudo de años de visitas frecuentes, de simulacros de estudios
interrumpidos por el desfile de alguna cadera insinuante, de intentos fallidos
de mentir cortésmente a alguna dama intentando conquistarla, o incluso alguna
que otra bien merecida conquista, no sin esfuerzo, sea dicho. También acá han sido
derramadas lágrimas cerrando los labios para que no me escuchen, he fumado
cigarros atrevidos…
A los recuerdos les
gusta mucho auto invitarse a pasar y no
faltan esta vez, incluso algunos que es preferible mantener en corto, por pudor
propio o ajeno, ahora mismo ante mí, concurre la muchacha de la boca infinita,
viene de la mano de la pequeña casi incorruptible, la prohibida por el
mandamiento 7 y deseada por todos los demás, aquí vuelven los días ruidosos de
picnic nacional, las reuniones sin resultados interminables bajo el sol, las
mil y una fotos tomadas, la soledad, el vértigo de ser descubierto , las
sonrisas de los amigos, los tragos alegóricos a cualquier cosa…
Deberíamos reunirnos en concilio mundial y decidir hacer los
días buenos obligatorios y más largos y que pasaran más lentos, más o menos
como la última media hr de cada tarde antes de salir del trabajo, y hacer que
los malos días fueran una opción, porque siempre hay que tener opciones, y que
pasaran rápido, como los 5 minutos después que suena el despertador y
lógicamente que no contaran en términos de vejez. Mi riqueza consiste en poder
salir en las crónicas de los mejores días de mis amigos, consiste en que tener
un banco, una escalera, una cicatriz, cartas amarillas, velas gastadas, la
agenda llena de teléfonos, consiste en tener la
tranquilidad de no tener miedo a morirme el próximo día, porque hasta hoy he
sido importante para alguien.